lunes, julio 05, 2010

El día que la pelota se detuvo

El New York Times le había pedido disculpas un día antes. Quienes hasta ese día disfrutaban con bastardearlo reconocían que el tipo era un líder, que lo que hizo como jugador lo podía transmitir como técnico, que podía cambiar su arrogante forma de ser y que merecía una nueva oportunidad. Hasta que en el planeta Fútbol la pelota se detuvo. En un modelo social global en el que se impone el ganar como sea, tanto en el fútbol como en la vida, del castigo por la derrota no se excluye a alguien como Diego Maradona. Por el contrario, con el resultado en la mano, sólo cabe la saña. Pero se sorprendieron. Lejos de defenestrarlo, el pueblo que lo entronizó como mito viviente lo banca. El pueblo, no "la gente". Veinte mil lo fueron a esperar a Ezeiza. A él. Al pibe pobre que soñaba en su niñez con jugar un Mundial y ganarlo. Al que se calzó la corona en México. Al que lloró en Italia. Al que le cortaron las piernas en EE.UU. El que con su prodigiosa zurda nos enseñó a soñar. El sueño mundialista. Porque en el fútbol, como en la vida, los sueños no son tan irreales como se suele pensar. Los sueños permanecen con nosotros hasta que un día se cristalizan. No fue en Sudáfrica, será en Río. Los que amamos el fútbol soñamos, porque creemos en D10S. El manifiesto maradoniano sigue vigente.